Reclamo,
(como un simple aprendiz de “sabio”, no de “saber”, sino de ese óptimo “saborear” los conocimientos que adquirimos,
con la práctica real), una prudencia sin límites, antes de afirmar o negar
algo, de lo que no se tiene una idea clara y segura.
Y,
sin más, continué mi relato, comenzando por el momento, en que lo había dejado,
viendo llorar a mis compañeros, no se si de lástima por mi, o de la forma e
insolencia, en que yo la había tratado:
Trisha me apretó entre sus brazos, y, como una
madre, que lleva mucho tiempo sin ver a su hijo, guardó un largo silencio,
hasta que noté como sus lágrimas me quemaron las mejillas.
“Perdóname,
Trisha, - le dije, avergonzado y muy triste –; me arrepiento de haberte dicho
palabras de un mal alumno, y de peor hijo; primero, me aparté de la nave, en ÍO,
y tuvisteis que volver sin mi; luego, la curiosidad, pudo más que mi cordura de
fiel alumno y, al final, después de haber venido hasta aquí a buscarme, no te
he dado ni las gracias; al contrario, te he tratado con tanto rigor, haciéndote
culpable de mis merecidos sufrimientos.”
Ella,
al verme llorar de pena, limpió mi rostro con su turbante de seda, me dio un
prolongado beso en la frente, que me hizo recordar a la mujer que me parió, en
una cabaña de Puno y, también a la que me adoptó como hijo y hermano de Laura,
la “Niña de Cristal”, en el Tere Vaca, allá, sobre la cumbre de la Isla Rapanuí.
“Si
todavía te queda un poquito de amor, en tu dolorido corazón, perdona mis delitos
y trátame como merezco; prometo ser dócil y lograr todo lo que esperáis de mi.”
…….
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