Tu,
Trisha, Tutora y querida amiga, sabes bien los sufrimientos, el dolor, físico y moral, que he tenido que
soportar y perdonar, desde que estoy entre vosotros; creo en tu bondad y confío
en tu sinceridad, contándome toda la verdad, lo que tu sabes y yo ignoro.
Hasta
que eso ocurra, no volveré a pronunciar ni una palabra ante los que me han
hecho tantísimo daño.”
Cuando
terminé este pequeño discurso, todos mis compañeros de Universidad, Priscila,
Alex, los diez niños y la Tutora, que me acompañaban en aquel Pequeño Planeta
de la “Estrella Enana,” lloraban a lágrima viva; yo siempre había mantenido los
ojos cerrados, mientras recordaba mi tumultuoso pasado.
Al
ver llorar a todos, sentí gran vergüenza, por el simple hecho de pensar, que me había dejado
llevar de mi pena e infortunio, dando tan mal rato a mis amigos.
Les
invité a dar un paseo por las cercanías de las rocas, donde Alex y Priscila,
con sus hijos, habían pasado tantas horas, días, noches, meses y años, esperando
a que algún día y hora llegaría alguno de sus viejos amigos, entre los cuales
yo me encontraba, cuando hace ya varios años, les dejamos abandonados a su
suerte.
Me
contaron esa bella historia de sus misteriosas conversaciones con las nubes,
hasta que ellos mismos y su primer bebé, también se convirtieron en tres nuevas
nubecillas, cosa que fue luego ocurriendo con los nueve hijos nacidos; la
verdad es que todos ellos se encontraban muy felices, y no aparentaban que
hubiera pasado por ellos tan largo lapso de años; sólo yo era conocedor de esta
realidad tan extraña y novedosa capacidad de convertirse en nubes o/y volver a
ser humanos con su propio cuerpo físico.
Se
repitieron las bromas entre los estudiantes, ya que, simulando que volaban,
abrían los brazos y corrían entre los árboles, los arbustos y flores de la
verde pradera.
…….
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