domingo, 19 de junio de 2016

ESTRELLA ENANA. 36. LGE. 422


Tu, Trisha, Tutora y querida amiga, sabes bien los sufrimientos, el  dolor, físico y moral, que he tenido que soportar y perdonar, desde que estoy entre vosotros; creo en tu bondad y confío en tu sinceridad, contándome toda la verdad, lo que tu sabes y yo ignoro.

Hasta que eso ocurra, no volveré a pronunciar ni una palabra ante los que me han hecho tantísimo daño.”

Cuando terminé este pequeño discurso, todos mis compañeros de Universidad, Priscila, Alex, los diez niños y la Tutora, que me acompañaban en aquel Pequeño Planeta de la “Estrella Enana,” lloraban a lágrima viva; yo siempre había mantenido los ojos cerrados, mientras recordaba mi tumultuoso pasado.

Al ver llorar a todos, sentí gran vergüenza, por el  simple hecho de pensar, que me había dejado llevar de mi pena e infortunio, dando tan mal rato a mis amigos.

Les invité a dar un paseo por las cercanías de las rocas, donde Alex y Priscila, con sus hijos, habían pasado tantas horas, días, noches, meses y años, esperando a que algún día y hora llegaría alguno de sus viejos amigos, entre los cuales yo me encontraba, cuando hace ya varios años, les dejamos abandonados a su suerte.

Me contaron esa bella historia de sus misteriosas conversaciones con las nubes, hasta que ellos mismos y su primer bebé, también se convirtieron en tres nuevas nubecillas, cosa que fue luego ocurriendo con los nueve hijos nacidos; la verdad es que todos ellos se encontraban muy felices, y no aparentaban que hubiera pasado por ellos tan largo lapso de años; sólo yo era conocedor de esta realidad tan extraña y novedosa capacidad de convertirse en nubes o/y volver a ser humanos con su propio cuerpo físico.

Se repitieron las bromas entre los estudiantes, ya que, simulando que volaban, abrían los brazos y corrían entre los árboles, los arbustos y flores de la verde pradera.
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