jueves, 9 de junio de 2016

ESTRELLA ENANA. 32. LGE. 418


Era evidente nuestra cercanía a la Consstelación de Sirio.

Nuestra nave espacial redujo la velocidad hasta quedarse quieta, sobre una ciudad rocosa, donde, de forma escalonada, se asentaban miles de pirámides ubicadas en la cima, laderas y valles de la extensa montaña, entre las arboledas que cubrían los espacios terráqueos, donde no había pirámide alguna.

Nuestra hora precisa de llegada, fue al atardecer; colocada la nave a  unos trescientos metros terrestres de altura, de pronto se iluminaron  aquellos miles de pirámides y lucieron para la iluminación de aquella tan extensa ciudad y su tan maravillosa montaña.

En la parte central aparecía un círculo similar a un espejo, cuya luz salía de la base misma de lo que resultó ser el punto donde debíamos aterrizar, es decir, el aeropuerto.

Al salir de nuestra nave, había una flota de naves pequeñas con sus pilotos; nos estaban esperando para trasladarnos a un gran edificio, de forma  redonda, donde esperaba celebrar el anhelado encuentro con aquellas desconocidas, las más altas autoridades galácticas, en medio de una cena multitudinaria.

No vi nada extraño, a pesar de mi interés de buscar y encontrar al Jefe Supremos de aquellos vigilantes, entre los que yo me encontraba; nos colocaron en el centro y debajo mismo de una cúpula iluminada de un azul cielo suave, que te reconfortaba por sí misma; una cena de tipo vegetariano, tan delicioso que me produjo un incontrolable deseo de participar de su ingesta: no obstante, pude controlar mi apetito y no llegué a comer.

Mis compañeros de viaje ya no se extrañaban, porque eran conocedores de mi “extravagante cualidad”; por otra parte, yo quedé satisfecho con la energía que me llegó a través de mi simple deseo mental.

La suculenta cena, estuvo amenizada con una tan dulce y suave melodía jamás escuchada, que nos acompañó toda la noche, pues en cierto momento, una bella señorita nos dio la bienvenida y, para mi sorpresa, nos deseó un sueño tranquilo y relajante.

Se apaciguó la luz, de pronto, hasta quedar totalmente a oscuras; nuestros asientos se convirtieron en camas de una textura blanda y confortable.

Me dormí pronto, pero pensativo e intrigado por no haber visto al supuesto Jefe Supremo, a quien deseaba contar mis citas y aclarar de un vez en que mundo me había metido, sin encontrar puerta alguna de salida, o entrada, a mi futuro incierto, perdido en el gran Espacio planetario.

Mis últimos pensamientos se centraron en el recuerdo de Priscila y Alejandro; me resigné diciéndome a mi mismo:

“mañana será otro día”,  cerré los  ojos, cansados de mirar todo y no ver nada.
…….

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