Era
evidente nuestra cercanía a la Consstelación de Sirio.
Nuestra
nave espacial redujo la velocidad hasta quedarse quieta, sobre una ciudad
rocosa, donde, de forma escalonada, se asentaban miles de pirámides ubicadas en
la cima, laderas y valles de la extensa montaña, entre las arboledas que
cubrían los espacios terráqueos, donde no había pirámide alguna.
Nuestra
hora precisa de llegada, fue al atardecer; colocada la nave a unos trescientos metros terrestres de altura,
de pronto se iluminaron aquellos miles
de pirámides y lucieron para la iluminación de aquella tan extensa ciudad y su
tan maravillosa montaña.
En
la parte central aparecía un círculo similar a un espejo, cuya luz salía de la
base misma de lo que resultó ser el punto donde debíamos aterrizar, es decir,
el aeropuerto.
Al
salir de nuestra nave, había una flota de naves pequeñas con sus pilotos; nos
estaban esperando para trasladarnos a un gran edificio, de forma redonda, donde esperaba celebrar el anhelado
encuentro con aquellas desconocidas, las más altas autoridades galácticas, en
medio de una cena multitudinaria.
No
vi nada extraño, a pesar de mi interés de buscar y encontrar al Jefe Supremos
de aquellos vigilantes, entre los que yo me encontraba; nos colocaron en el
centro y debajo mismo de una cúpula iluminada de un azul cielo suave, que te
reconfortaba por sí misma; una cena de tipo vegetariano, tan delicioso que me
produjo un incontrolable deseo de participar de su ingesta: no obstante, pude
controlar mi apetito y no llegué a comer.
Mis
compañeros de viaje ya no se extrañaban, porque eran conocedores de mi
“extravagante cualidad”; por otra parte, yo quedé satisfecho con la energía que
me llegó a través de mi simple deseo mental.
La
suculenta cena, estuvo amenizada con una tan dulce y suave melodía jamás
escuchada, que nos acompañó toda la noche, pues en cierto momento, una bella señorita
nos dio la bienvenida y, para mi sorpresa, nos deseó un sueño tranquilo y
relajante.
Se
apaciguó la luz, de pronto, hasta quedar totalmente a oscuras; nuestros
asientos se convirtieron en camas de una textura blanda y confortable.
Me
dormí pronto, pero pensativo e intrigado por no haber visto al supuesto Jefe
Supremo, a quien deseaba contar mis citas y aclarar de un vez en que mundo me
había metido, sin encontrar puerta alguna de salida, o entrada, a mi futuro
incierto, perdido en el gran Espacio planetario.
Mis
últimos pensamientos se centraron en el recuerdo de Priscila y Alejandro; me
resigné diciéndome a mi mismo:
“mañana
será otro día”, cerré los ojos, cansados de mirar todo y no ver nada.
…….
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