A continuación todos se postraron en tierra e hicieron lo mismo que
Proto; yo les recriminé su actitud:
“No consiento que habléis así, ni que penséis que yo soy un dios; soy
un ser inteligente humano como vosotros; si seguid con esa actitud, os
consideraré unos idólatras más en este mundo de falsas apreciaciones; lo
sucedido con la roca es un simple fenómeno físico y químico; esto ya aconteció
en viejas civilizaciones y unas antiguas
culturas ancestrales: la roca de origen líquido conserva su flacidez durante
mucho tiempo; se puede cortar con facilidad, se coloca en edificios, se pone
rígida y ya no hay fuerza humana normal que pueda manejarla igual.
¿Habéis entendido?”
A pesar de mis explicaciones, notaba en su mirada y en sus gestos que
me seguían considerando un “semidiós” o algo parecido; no insistí en ello,
porque la autoridad moral que yo sentía tener respecto a ellos en el plano
humano, era de provecho para ellos y para mi; no me sentía para nada superior
ni me producía grado alguno de soberbia; su cortesía, respeto y cierta
veneración, me producía más bien una responsabilidad ante su dependencia
existencial de mis posibles potenciales de mejorar sus condiciones de vidas en
un futuro al que yo también pertenecía.
Permanecimos allá toda la tarde de aquel primer día; fabricamos una
pequeña y rudimentaria cabaña, siguiendo
mis indicaciones y conocimientos
andinos, aprendidos de mis paisanos de mi ciudad de Puno y aprovechando unos largos, fuertes y delgados
troncos secos de los vetustos árboles.
Sus elevados medios técnicos astronómicos, les habían hecho olvidar las
sencillas técnicas de nuestra vieja cultura.
Todos valoraron mi habilidad y quedaron sorprendidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario