domingo, 10 de abril de 2016

Estrella ENANA, 6. LGE. 392



Debíamos abandonar aquel pequeño Planeta en torno a una Estrella Enana y diminuto paraíso en que dejábamos un trozo de nuestro corazón.

Todos asumimos libremente la decisión tomada y, sin más, subimos a la nave dispuestos a continuar nuestro viaje al encuentro del Supremo Jefe.

Dirigí una última mirada de advertencia, consejo y amor a Priscila y Alex; deseaba decirles con mis ojos, que yo confiaba en ellos y esperaba volver, sí, algún día, para verles felices, rodeados de hijos y nietos, de los que ellos eran primogenitores de una libre y la floreciente humanidad soñada.

No sabía dónde estábamos, pero no me atrevía a decir palabra alguna, viendo las caras, con los ojos cerrados y los rasgos de preocupación y de tristeza de todos los tripulantes, que miraban de reojo, igual que yo, a los asientos solos, vacíos de nuestros compañeros.

Caí en un profundo sueño, durante el cual llegué a soñar con Alejandro y Priscila: los veía correr por las praderas en torno a la cabaña; enseguida los veía recogerse al esconderse el sol y hacerse de noche; pude observar como se recogieron en su rudimentaria cama de hierbas secas y mullidas y, por qué no decirlo, hicieron locamente el amor con el anhelo de ver cuanto antes a sus hijos junto a ellos; un sueño tan natural y tan bonito, que al despertar lo conté con toda clase de detalles a mis amigos vigilantes.

Hubo alguna sonrisa picarona; pero eso es parte del juego.

Yo seguí mi reflexión íntima de profunda fe en el incierto futuro:

“¿Volveré a ver alguna vez a esta pareja de amigos?”

Mientras ellos seguían su largo viaje, en el nuevo planeta descubierto tuvo lugar un episodio digno de recordar.
…….

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