Debíamos abandonar aquel
pequeño Planeta en torno a una Estrella Enana y diminuto paraíso en que
dejábamos un trozo de nuestro corazón.
Todos asumimos
libremente la decisión tomada y, sin más, subimos a la nave dispuestos a
continuar nuestro viaje al encuentro del Supremo Jefe.
Dirigí una última mirada
de advertencia, consejo y amor a Priscila y Alex; deseaba decirles con mis
ojos, que yo confiaba en ellos y esperaba volver, sí, algún día, para verles
felices, rodeados de hijos y nietos, de los que ellos eran primogenitores de
una libre y la floreciente humanidad soñada.
No sabía dónde
estábamos, pero no me atrevía a decir palabra alguna, viendo las caras, con los
ojos cerrados y los rasgos de preocupación y de tristeza de todos los
tripulantes, que miraban de reojo, igual que yo, a los asientos solos, vacíos
de nuestros compañeros.
Caí
en un profundo sueño, durante el cual llegué a soñar con Alejandro y Priscila:
los veía correr por las praderas en torno a la cabaña; enseguida los veía
recogerse al esconderse el sol y hacerse de noche; pude observar como se
recogieron en su rudimentaria cama de hierbas secas y mullidas y, por qué no
decirlo, hicieron locamente el amor con el anhelo de ver cuanto antes a sus hijos
junto a ellos; un sueño tan natural y tan bonito, que al despertar lo conté con
toda clase de detalles a mis amigos vigilantes.
Hubo
alguna sonrisa picarona; pero eso es parte del juego.
Yo
seguí mi reflexión íntima de profunda fe en el incierto futuro:
“¿Volveré
a ver alguna vez a esta pareja de amigos?”
Mientras
ellos seguían su largo viaje, en el nuevo planeta descubierto tuvo lugar un
episodio digno de recordar.
…….
No hay comentarios:
Publicar un comentario