Estaba todo sudoroso,
confundido y anonadado por lo que sus ojos vieron en nube que la envolvía como
un abrazo de la naturaleza viva de la que es sentía parte biológica.
Cuando
se incorporó, corrió monte abajo con la velocidad de un ave acelerada y apresurada, abrazó
fuertemente a su esposa:
“Me ha sonreído, sííí; me ha sonreído;
¡Priscila de mi vida! la nube de la montaña me ha sonreído! ¡Debemos ir a la
montaña!
La
nube me ha sonreído y me ha hablado: ¡vamos enseguida a la montaña!”
“Creo
que te pasa algo raro; te has vuelto loco; las nubes no hablan; se mueven, a
veces lloran, y cundo se enfadan, hacen brillar su furor con relámpagos y voces
aterradoras, pero jamás se ha dicho que hablen.
¡Cálmate,
vamos a dormir y con el descanso, te relajarás y verás las cosas de forma
diferente!
¡Estás
alucinando!
La
culpa es mía, porque te he dado una noticia tan importante, que te ha
trastornado el juicio.
¡Ven
a mi lado, duerme y sueña conmigo, pensando en la criatura que ya vive aquí en
mis entrañas; vamos a dejar de estar solos.
Hemos
sufrido mucho desde que nos dejaron aquí
nuestros recordados y queridos compañeros de viaje; cuando vuelvan, ya habrá
nacido nuestro bebé, niño o niña.
¡Tranquilo,
amor!”
Las
dulces palabras de Priscila tranquilizaron a Alex, que se quedó profundamente
dormido con su cabeza apoyada en el seno tibio y palpitante de su adorable
esposa.
…….
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