martes, 12 de abril de 2016

ESTRELLA ENANA. 8. LGE. 394


“Alex, creo que estoy embarazada”.

“¿Cómo dices?” – replicó él con cara de susto.

“Si, que voy a parir un bebé”- añadió sonriendo Priscila, al ver la cara de sorpresa de su inexperto marido.

Alex, le dio un beso y salió corriendo hacia una pequeña cima montañosa.

Ella no  comprendió la  reacción de su fiel amigo, novio y compañero.

Dicha montaña estaba rodeada de una exuberante vegetación, y en su cumbre había unas curiosas rocas cubiertas de ricos líquenes; con toda celeridad recogió una abundante porción para llevarlos a su esposa ya, con el fin de que estuviera
mejor alimentada.

Ese día la cumbre estaba  envuelta en una nubecilla blanca a través de la cual se filtraban los rayos dorados de la  Estrella Enana, al rededor de la cual orbitaba el Planeta.

Cuando él empezó a bajar la suave ladera, le pareció oír bajito a sus espaladas una voz cargada de misterio, pero no entendió nada de lo que alguien le decía; él volvió a subir de nuevo a la cima para saber si realmente alguien  habitaba en  la comarca; dio una fuerte voz, que enseguida se convirtió en grito:

“¿Hay alguien más que yo en esta montaña, o en este valle, en este Planeta?!”Nadie respondió a sus preguntas, un tanto desesperadas, y en un momento tan inoportuno y crítico como él y su  compañera estaban viviendo.

Miró al cielo implorando compasión, consuelo, tal vez ayuda y una respuesta coherente que explicara de  alguna manera esas voces que él había escuchado con absoluta seguridad.

A los pocos minutos cayó de bruces sobre la roca.

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