“Alex, creo que estoy embarazada”.
“¿Cómo dices?” – replicó él con cara de susto.
“Si, que voy a parir un bebé”- añadió sonriendo
Priscila, al ver la cara de sorpresa de su inexperto marido.
Alex, le dio un beso y salió corriendo hacia una
pequeña cima montañosa.
Ella no
comprendió la reacción de su fiel
amigo, novio y compañero.
Dicha montaña estaba
rodeada de una exuberante vegetación, y en su cumbre había unas curiosas rocas
cubiertas de ricos líquenes; con toda celeridad recogió una abundante porción
para llevarlos a su esposa ya, con el fin de que estuviera
mejor alimentada.
Ese día la cumbre
estaba envuelta en una nubecilla blanca
a través de la cual se filtraban los rayos dorados de la Estrella Enana, al rededor de la cual
orbitaba el Planeta.
Cuando él empezó a bajar
la suave ladera, le pareció oír bajito a sus espaladas una voz cargada de
misterio, pero no entendió nada de lo que alguien le decía; él volvió a subir
de nuevo a la cima para saber si realmente alguien habitaba en
la comarca; dio una fuerte voz, que enseguida se convirtió en grito:
“¿Hay alguien más que yo
en esta montaña, o en este valle, en este Planeta?!”Nadie respondió a sus
preguntas, un tanto desesperadas, y en un momento tan inoportuno y crítico como
él y su compañera estaban viviendo.
Miró al cielo implorando
compasión, consuelo, tal vez ayuda y una respuesta coherente que explicara
de alguna manera esas voces que él había
escuchado con absoluta seguridad.
A los pocos minutos cayó
de bruces sobre la roca.
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