miércoles, 13 de julio de 2016

Pirámides en la Tierra,, 4. LGE. 437


El divino Teotihuacán guardaba otros secretos para mi; un turista más de los miles que, a diario, se acercan a ese fantástico lugar.

Uno de esos visitantes, más docto conocedor del sitio, me dijo, entre la admiración y la cortesía:

“No olvide, señor, que esta pirámide sobre la que hoy día posamos nuestros cuerpos, es una mole gigantesca, cuya base ocupa, metro más o menos, una superficie, sobre el terreno, de=¡6.250= metros cuadrados; toda ella antes fue ideada y construida de adobe, piedras de relleno y estuco, y tiene una altura de 65 metros.”

Cuando bajamos y nos disponíamos a recorrer la Calzada de los Muertos, un niño gritó desde la cúspide:

“¡Mamá, mamá, mira, ya hemos llegado!”

Entonces comprendí la maravillosa acústica, de que debe
lograr la plataforma superior; Sacerdotes y Reyes aztecas con ocasión de sus ceremonias y discursos hablaban a las muchedumbres llegados de sus cercanos poblados, en un número superior a los doscientos mil habitantes, aparte de otras gentes más lejanas del amplio valle.

El paseo, entre templos, palacios y tumbas, nos condujo al pie de la Pirámide de la Luna; un recorrido de 400 ms, que, entre preguntas y respuestas, se nos hicieron cortos.

Es una pirámide más pequeña, pero de una frágil y débil coquetería femenina, desde la que se puede contemplar la grandeza y majestad del Rey Sol, como centro del poblado y del fértil y extenso Altiplano de Teotihuacán..

Ciriaco me contó muchas cosas, de las que recuerdo más de las me permiten vuestra paciencia y mi conciencia.
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