Al
pie de esa pirámide,
donde
la sombra no existe,
encontré
una luciérnaga;
“sube,
nadie te lo impide”,
le
dije; y me dijo triste:
“nadie
me sube a su espalda.”
Estaba
solo y hambriento,
con
el rabo entre las patas,
rechinándole
los dientes,
y
los ojos sin aliento;
“¿es
que tienes garrapatas?”
“no,
ni amigos, ni parientes.”
La
rama de un limonero,
de
los que alegran mi huerto,
pesaba
más de la cuenta;
era
el peso de un jilguero;
“¿estás
dormido o muerto?”
“lo
verás, si tu me sueltas”.
Miraba,
orante, al cielo,
mientras
las nubes pasaban
al
ritmo que pasa el viento;
el
perro arañaba el suelo,
mientras
al cielo ladraba;
no
vi nada; ¡¿qué vio el perro?!
Todos
los años, por mayo,
vuelve
el jilguero a mi huerto,
hace
el nido tan bajito,
que,
entre piadas y amagos,
puedo
espiar sin esfuerzo
sus
hijos, siendo pollitos.
…….
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