Subí
a aquella nueva nave espacial, con cierto reparo, porque las características
dejaban mucho que desear, comparadas con la cápsula de Alpha.
Inicialmente
no era tan sofisticada, y cuando empezó a moverse, se notaba el ruido de
motores; a los pocos minutos, aquel feo ruido inicial se convirtió en un cañón
de música, que invadía nuestros oídos, la totalidad de la nave y con un suave,
pero intenso movimiento, emprendió una velocidad endiablada, superior a las
anteriores que yo había conocido.
Otra
diferencia importante es la de que toda la tripulación y pilotos no eran de
funcionamiento robotizado, sino seres inteligentes, que reunían cualidades casi
humanas; esto, en verdad,. me tenía muy intrigado.
En
cierto momento de mi vida, oí a un pensador y filósofo, decir:
“Uno
de los errores, mantenidos por muchos, es la incredulidad para admitir el hecho
evidente de la existencia de otros seres inteligentes, que viven extendidos por
todo el mundo interplanetario e intergaláctico.
Negarlo
es seguir cayendo en el MISMO error, en que ya,
tanta veces, hemos CAÍDO Y declarado.”
La
velocidad era ciertamente descomunal.
En
un momento dado, oí una orden:
…….
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