lunes, 24 de abril de 2017



2.-

A pesar de mis explicaciones, notaba en su mirada y en sus gestos que me seguían considerando un “semidiós” o algo parecido; no insistí en ello, porque la autoridad moral que yo sentía tener respecto a ellos en el plano humano, era de provecho para ellos y para mi; no me sentía para nada superior ni me producía grado alguno de soberbia; su cortesía, respeto y cierta veneración, me producía más bien una responsabilidad ante su dependencia existencial de mis posibles potenciales de mejorar sus condiciones de vidas en un futuro al que yo también pertenecía.

Permanecimos allá toda la tarde de aquel primer día; fabricamos una pequeña y rudimentaria  cabaña, siguiendo mis indicaciones  y conocimientos andinos, aprendidos de mis paisanos de mi ciudad de Puno y  aprovechando unos largos, fuertes y delgados troncos secos de los vetustos árboles.

Sus elevados medios técnicos astronómicos, les habían hecho olvidar las sencillas técnicas de nuestra vieja cultura.

Todos valoraron mi habilidad y quedaron sorprendidos.

Los tripulantes de la nave repetían una y otra vez:

“A mi no me importaría quedarme a vivir en este paraíso y para siempre; seríamos como Adán y Eva de este planeta, donde crecería una nueva humanidad, como pudo suceder en nuestra Tierra hace miles de años.”

Con frases parecidas, todos deseaban la misma cosa: “ser los primeros padres de los habitantes del planeta Filos II, recién descubierto y conquistado.”

Unos lo tomaban a broma y otros insistían en la ocurrente idea; yo me imaginaba el futuro de aquel lugar solitario del cosmos; me intrigaba en qué punto del Espacio estaba, y lancé mi astronómica pregunta:

“¿Alguien nos puede decir en qué situación espacial nos encontramos?

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