2.-
A
pesar de mis explicaciones, notaba en su mirada y en sus gestos que me seguían
considerando un “semidiós” o algo parecido; no insistí en ello, porque la
autoridad moral que yo sentía tener respecto a ellos en el plano humano, era de
provecho para ellos y para mi; no me sentía para nada superior ni me producía
grado alguno de soberbia; su cortesía, respeto y cierta veneración, me producía
más bien una responsabilidad ante su dependencia existencial de mis posibles
potenciales de mejorar sus condiciones de vidas en un futuro al que yo también
pertenecía.
Permanecimos
allá toda la tarde de aquel primer día; fabricamos una pequeña y
rudimentaria cabaña, siguiendo mis
indicaciones y conocimientos andinos,
aprendidos de mis paisanos de mi ciudad de Puno y aprovechando unos largos, fuertes y delgados
troncos secos de los vetustos árboles.
Sus
elevados medios técnicos astronómicos, les habían hecho olvidar las sencillas
técnicas de nuestra vieja cultura.
Todos
valoraron mi habilidad y quedaron sorprendidos.
Los
tripulantes de la nave repetían una y otra vez:
“A
mi no me importaría quedarme a vivir en este paraíso y para siempre; seríamos
como Adán y Eva de este planeta, donde crecería una nueva humanidad, como pudo
suceder en nuestra Tierra hace miles de años.”
Con
frases parecidas, todos deseaban la misma cosa: “ser los primeros padres de los
habitantes del planeta Filos II, recién descubierto y conquistado.”
Unos
lo tomaban a broma y otros insistían en la ocurrente idea; yo me imaginaba el
futuro de aquel lugar solitario del cosmos; me intrigaba en qué punto del
Espacio estaba, y lancé mi astronómica pregunta:
“¿Alguien
nos puede decir en qué situación espacial nos encontramos?
…
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