Juicio
“Señora
Águeda – le dijo - , he observado que usted deseaba intervenir y no se lo han
permitido; no deje de manifestarse; le agradeceremos cualquier esclarecimiento
para que brille la justicia entre nosotros: tiene la palabra.”
Sin
ser ya molestada por sus subordinados, subió al estrado, escudriñó hasta el
último rincón de la gran sala y, al llegar a mí, intentó desintegrarme con su
mirada de odio; con sus ojos enrojecidos, el rostro pálido de muerte sus
palabras cascadas como una caña seca de bambú:
“Es
un desafió a nuestra dignidad y una ofensa sin precedente a nuestra autoridad
interplanetaria la defensa de su inocencia oída por todos de este niñato
terrestre, indecente y bélico, como todos los seres de su planeta Tierra;
mientras nosotros luchamos por regenerar ese globo infeccioso de grillos locos,
egoístas, asesinos y salvajes perros entre sí, viene este a darnos lecciones de
vida honrada, sin vergüenza y sin mácula alguna, mientras acepta ser adorado
como un dios del Olimpo, va de milagroso, sin control de tiempo y espacio,
irrumpe sin pudor en nuestra plataforma de oración y vigilancia espacial, nos
obliga realizar un viaje intergaláctico,
nos provoca al triste abandono de dos compañeros, Ptiscila y Alex, cuyo
paradero desconocemos sin dejar rastro sin señales de vida; pido para este
rebelde, infiel, ruín y desgraciado ser human terrestre, su inmediata
expulsión, para no manchar nuestras manos con su sangre pecadora.
He
dicho.”
No
me esperaba menos; ahora toca esperar la deliberación del público, los
discursos leoninos de los letrados, y veredicto final de los jueces.
Hubo
razones y sinrazones de todos los gustos, tonos, colores, algunos de rabia,
otros de risa y, los más, de disparatados.
El Presidente de la mesa
judicial, hizo una observación:
“Su actitud despreciativa
hacia uno de nuestros ciudadanos más destacados, no lleva a pensar que
a pensar que hay elementos
para pensar en que en este singular juicio de faltas, hay unos motivos ocultos,
que debemos investigar, dado el caso de la presencia de testigos, como usted
misma ha manifestado.
Rogamos que si algunos de
los presentes desea intervenir, lo haga en defensa de la verdad.
“¡Filos es inocente!”
Se oyó en toda la sala sin
poder identificar a la persona física que había pronunciado esta breve y
escueta afirmación.
Los jueces se miraron
entre si; no habían vivido una situación semejante en su historial judicial.
“Todos los que piensen y
crean en la inocencia de Filos, alcen sus manos” – indicó el Secretario.
Enseguida, el propio
Secretario añadió:
“Gracias por su
colaboración; ya tenemos con la seguridad absoluta el veredicto final y justo.”
Estoy seguro que todos
vosotros, ya sabeis las razones y la forma como los Jueces averiguaron la
verdad de mi inocencia.
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